lunes, 3 de noviembre de 2014

MITOS Y LEYENDAS

          El león y sus consejeros

          Había una vez un león, que nunca se había distinguido por su buen carácter, que se encontró con un zorrino pendenciero y maligno. El zorrino nunca había perdido una disputa con cualquier animal del bosque, y los lobos, los osos y los leones no lo asustaban en lo más mínimo. En realidad, se había vuelto tan temerario e insolente que vagabundeaba por los bosques buscando pendencia.
          El día en que se encontró con el león, sólo habían cambiado tres frases cuando ambos perdieron los estribos. Entonces, el león, sin pensarlo dos veces, alzó la pata para golpear al mal educado zorrino y hacerlo caer a través de unas zarzas.
 
          Pero no alcanzó a golpearlo. Antes de que el rey de la selva pudiera ponerle la zarpa encima, el. zorrino lanzó su contraataque en la forma habitual de estos animales. Casi empapado y cegado, el león se alejó, oliendo de manera horrible. Estaba tan avergonzado de sí mismo que no fue a su casa durante tres días. Y aún así, resultó demasiado pronto.
          La mañana en que volvió, su compañera soportó aquel olor todo lo posible. Por fin, tapándose la nariz con una pata, se desahogó.
          -¿Por qué no vas a cazar un elefante. .. o a visitar a tu madre? -insinu6-. Todo el cubil huele horriblemente.
          Luego, miró al león y agregó: -Además, ya te he dicho repetidas veces que no debes pelear con zorrinos. Nunca has podido aventajar a ninguno de ellos.
El león meneó furiosamente la cola. -¡Soy el Rey de los Animales! -replicó con enojo. Y para probarlo, profirió varios sonoros rugidos.
 
          Ahora, su compañera se cubría la nariz con ambas patas. Con una mirada de ira a su mujer, el león salió corriendo de su cubil en un imponente acceso de furor.
 
          Cuando estaba en díficultades, acostumbraba visitar a tres animales para pedirles consejo. Esta vez, llamó al oso, al lobo y al zorro.
          -Amigo Oso -dijo-. ¿Te parece que huelo de manera desagradable?
Como suponía que el león quería una respuesta franca, el oso dijo lo que le parecía cierto:
          -Amigo León… Me duele tener que decírtelo, pero el caso es que…, realmente hueles muy mal. Para mí, el olor…
          Pero ésta fue la última palabra que dijo. El enfurecido león se abalanzó sobre él y lo destrozó.
          -¿Y tú, Lobo? -dijo-. ¿Qué opinas?
Tú tienes buen olfato.
          El lobo, que no necesitaba estímulos para que se le ocurriera una buena idea, habló con rapidez. Estaba seguro de saber qué quería oir el león.
 
          -Majestad… -comenzó, con tono almibarado-. Cuando estoy parado cerca de ti, pienso en las madreselvas y las rosas. Hasta sin tu fuerza y tu astucia, nos seguirías gobernando a causa de la delicada fragancia …
          El león no pudo soportar esto y mató al lobo en el acto, porque comprendió que era un estúpido adulador. Sólo quedaba el zorro, y el león, mirándolo con aire sombrío, preguntó por tercera vez:
 
          -Habla, amigo Zorro -ordenó-. ¿Hay un olor desagradable a mi alrededor?
Un repentino acceso de tos le impidió al zorro contestar inmediatamente. Luego, después de carraspear, contestó, con voz ronca:
          -Es una lástima que yo no pueda ayudarte -dijo-. Lo cierto es que estoy tan resfriado que no logro oler nada.
          Cuando es peligroso hablar, lo más prudente es callar.
 
 
          Juani Calleja

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